Día 1 – El inicio sin cadenas
Simplemente partí. No había planes rígidos ni agendas que cumplir. Solo una certeza mínima: que el neumático trasero necesitaba un cambio. Todo lo demás se había desvanecido en cuanto subí a mi moto. El tiempo dejó de pesar, las horas se volvieron irrelevantes, el trabajo quedó atrás, junto a los problemas que durante meses me habían agobiado.
No había miedo. No pensé en si estaba cien por cien preparado, ni en las dificultades que podían aparecer. Nada de eso importaba. Giré la llave, sentí el rugido del motor y me lancé a la carretera con el corazón ligero, como si me hubiera quitado un peso invisible de encima.
El viaje comenzó con esa sensación rara y maravillosa de estar flotando: sin preocupaciones, sin ataduras, solo yo, la moto y el horizonte que se desplegaba. Los kilómetros fueron cayendo mientras el viento se mezclaba con mis pensamientos, que poco a poco se fueron silenciando hasta dejar solo una cosa: la certeza de que estaba exactamente donde debía estar.
Al caer la tarde, la carretera se pintó de dorado. El cansancio era físico, pero por dentro me sentía encendido, lleno de una calma desconocida. Esa primera noche no hubo dudas, no hubo preguntas. Solo la libertad absoluta de alguien que ha dejado todo atrás para encontrarse en el camino.
Sensación del día: ligereza. No cargar con nada más que el instante presente. Una partida limpia, sin cadenas, sin miedos.

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